Algunos se paran.
Discuten.
Otras veces, se paran.
Se besan. Se miran a los ojos.
Otras veces, ríen exageradamente. Se agarran de la mano.
O pasan el brazo por el hombro de alguien amigablemente.
Otros en cambio, se apartan del camino. A veces vuelven. Otras veces no. Y sus acompañantes miran a su alrededor, buscándole desesperadamente con la mirada. En medio de una lluvia que impide ver nada.
Él. O ella. Piensa que nadie le espera en el camino, equivocadamente.
Otros corren. Tropiezan. A algunos les cuesta más levantarse. A otros, nada.
También, otros cambian su acelerada marcha, por una más lenta para llevar en brazos a alguien vestido de blanco, rebosante de felicidad. O para llevar en hombros a un cuerpo pequeño.
Los que van en grupo, el cual, poco a poco se divide.
Los que están desde el principio de todo. Y se mantienen fuertes como una roca.
Los que comparten cosas, y no necesariamente van cogidos de la mano.
Algunos, caminan agarrados, ensimismados, cabizbajos, temerosos, preocupados.
Sin sentido.
Está el que toca a alguien por la espalda, y se disculpa avergonzado diciendo que creía que era otra persona. U otro tipo de persona.
También, el que camina más despacio porque no quiere volver a tropezar, y que mira con descofianza a todos sus compañeros caminantes.
Están aquellos, que desesperados enlazan sus manos nerviosas para no ser soltados jamás. Y desgraciadamente sucede.
Muchas veces, alguien camina. Tropieza. Con alguien. Y se produce esa épica escena de película. En la que el flechazo es inminente. Quién sabe. Puede que exista en realidad. O tal vez no.
Siguen caminando.